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domingo, 18 de agosto de 2013

RUTINA EN EL LITORAL



I

¡Qué desolados y tristes
se ven los caminos polvorientos,
teñidos de colores naranja y violeta
de otra tarde que envejece!

¡Hoy nadie vino;
y como siempre,
nadie se ha ido...!

Los últimos fulgores del ocaso
iluminan los pálidos campos de arroz,
y los tamarindos soñolientos
alargan sus sombras
hasta confundirse con la noche
que implacable cae sobre el litoral.

¡La rutina se apodera del tiempo
y el tiempo suspendido en la rutina!

II

La noche se ha quedado quieta,
dormida sobre los muslos obscuros
de las montañas cercanas.
Sobre las paredes blancas
de las casuchas del pueblo,
algún fantasma fiestero
dibuja su silueta
danzando al compás de las fogatas.

Las ancianas y beatas
rezan el rosario,
mientras los jóvenes suspiran por sus sueños
y los abuelos cuentan sus historias
ante la mirada inocente de los pequeños.

III

Los espíritus se liberan
de sus vergüenzas, penas y pasiones;
y sobre alguna mesa vetusta
se ahogan los anhelos
en el infinito mar de una botella,
que apenas se distingue al abrigo
de la tenue luz de una candela.

¡Una madre está sola
y llora!
¡Un niño está solo
y espera!
¡Un hombre está solo
y muere...!

IV

Cobijado por la noche muda
duerme un pueblo
donde nadie ha llegado
y de donde nadie se ha ido.

La esperanza
sigue deshojando sus pétalos
sobre los tálamos ardientes
que esperan un nuevo día.

¡La rutina se hizo tiempo
y el tiempo melancolía...!




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