Calmada llega
la marea
a besar las
arenas de esta playa
angosta, quita e incógnita.
Bahía
escondida
entre los
vigías del pálido litoral
que celosos la
cuidan.
Rada aislada
de los
vientos mordientes
que soplan
desde mar adentro,
azul y
profundo.
Al pie de las escuálidas sombras
de almendros
y palmeras,
lagartijas y garrobos, aún soñolientos,
vigilantes calientan su sangre fría.
vigilantes calientan su sangre fría.
Y afuera, cadenciosos,
se mecen
serenos
los añejos pesqueros
y los botes que esperan.
El sol meridiano
abraza el
infinito horizonte,
mientras en
el espacio
cabalgan alas
verdes
buscando sus
nidos.
¡Ni el grito de deidad alguna
quiebra esta embriagante soledad!
¡Ni el grito de deidad alguna
quiebra esta embriagante soledad!
En esta
playa blanca,
olvidada y complaciente,
me abandono al silencio,
mientras el mundo ausente
sufre con su ensordecedor bullicio.
sufre con su ensordecedor bullicio.
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