I
He detenido varias veces mi reloj vital
para alejarme
de las hojarascas de la rutina.
Para
sentarme a ver y oler las olas del hoy
en su rítmico ir y venir... libres e indomables.
Para dejar que el viento del atardecer
acaricie mi
piel y se enrede en mi cabello,
y para meditar
en acogedor silencio:
¡No para
descubrirme, sino para reencontrarme!
II
En algunos recodos de la vida dejé
- muchas veces irresponsablemente -
olvidadas mi dignidad y mi conciencia.
Pero, sin darme cuenta,
ambas no dejaban de llamarme a gritos
en sueños o frente al espejo.
No voy en ocasionales periplos existenciales
con el fin
de descubrir mi “yo”
- de ese ya
tengo una buena idea de cómo es -
sino en una búsqueda profunda y vital
para redefinir raíces, orígenes y valores
de mi hoy... de mi presente.
III
¡Esas han sido las grandes odiseas de mi vida:
las reiteradas aventuras y batallas
de enfrentar y derrotar un enemigo
tan peligroso y constante como lo es el ego!
Algunas, lo confieso,
dolorosamente las perdí.
Pero las más las gané
tras amargas horas de remordimiento.
IV
Pero...
ese incidioso enemigo no ha muerto,
sigue alli silencioso y agazapado
esperando su oportunidad.
Y a pesar de tal certeza,
he tenido el tiempo para reflexionar:
¡Y ha sido así como
he podido reencontrarme
- al fin -
con la paz que solo se conquista
con la penitencia y el perdón...!
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