I
Un pesar,
que es más dolor que pena,
se ha apoderado del tiempo.
De mi tiempo.
Siento la ira invadiéndome
lenta, aguda y lacerante.
Y la cáustica indignación
apoderarse de mi impotencia.
Y entre tanta angustia,
busco incesante la salida
a este laberinto existencial.
II
Vivo acompañado de ayeres
que, con su presente,
envuelven todo este caminar
en brumas y nostalgias.
Pero... acá sigo
aferrado al verbo y a la poesía;
amarrado a la palabra y a la culpa,
mientras me roban la esperanza
y me desgarran el amor y la verdad.
Y es, entonces, cuando comprendo:
¡No hay nada más oscuro
que una mirada perdida,
vacía, triste y sin horizontes!
III
Ya han caído irreverentes
los soberbios aguaceros
de esta tarde gris y congelada.
¡Y las húmedas veredas invernales
se han llenado de cristalinas charcas
- huellas de su furia -
que reflejan el azul diafano del firmamento!
La tierra húmeda despierta
y se lava la sangre ante los espejos
que se miran sorprendidos.
¡Sus guitarras aúllan su protesta vacua
mientras en fila avanzan como hormigas!
IV
Erguido levanto la mirada.
Sin cadenas,
con hambre, presente y memoria;
y desde mi indignación sangrante
brota osada y potente mi voz:
¡Aún tengo fuerzas
para luchar, para gritar,
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