Una
lágrima cristalina
brotó de
sus pupilas.
Cayó cual
gota de rocío
que
humedece los girasoles,
vivificándolos al abrir sus pétalos
de cara al
sol naciente.
Su mirada de miel,
expectante pero en paz,
se apagaba lentamente.
Abrigué su mano con la mía
mientras la contemplaba
- silencioso -
despedirse desde su lejanía.
¡Con su último suspiro...
ella me besó el alma!
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