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sábado, 12 de mayo de 2018

AL MAESTRO DE LOS OJOS DE MIEL



I


Ha muerto.
Pero no su conciencia.

Ha muerto
porque decidió ser libre.
Libre como los devenires
del alba y el ocaso.

Ha muerto ultimado
por el desprecio al desprecio
por la intrascendencia.
Y ha renacido
desnudo de apegos,
de máscaras y etiquetas.

Y se ha llenado de la humildad
que brota incontenible
desde su imperiosa unicidad.

¡Se encontró a sí mismo 
cediendo al llamado de la divinidad!


II


Su espíritu 
le demandaba la muda de piel
y su elevación 
al plano del iluminado.

Le pedía 
horizontes luminosos
sin cadenas, dudas ni compromisos.

Le exigía 
las bellezas de los misterios
y las honduras del descubrimiento.

¡Construir su fe, su esperanza y su final!

¿Acaso no es libre el espíritu que
- para perdonar - 
ha entendido que primero 
se debe perdonar a sí mismo?

¿Acaso hay culpa 
- si acaso existiera - 
en querer y saber amar?

Sí, ha muerto. 
Y en él se proclama
el triunfo de la sabiduría.


¡Y ahora es lámpara y camino
que ilumina tanta oscuridad!

Porque ya sabe que no hay condenas
- ni penitencias -
por superar la cotidianeidad del existir.


Porque - iluminado - comprendió que,
vibrando con el eco del palpitar del cosmos,
se define su trascendencia y lo umbilical
de la vida, el amor, la libertad y la dignidad. 


¡El elegido, el maestro de los ojos de miel,
al fin se encontró
caminando su vereda y su inmortalidad...!


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