Ahí estaba
callado y absorto
en mi infinita soledad.
Dejando que cada célula de mi ser
la acariciase una salamera brisa
que cálida bajaba de los olimpos.
Me abrazaba al brillo de las olas
mientras los susurros del sol
los escuchaba con mis ojos en sombras.
Y de repente, casi imperceptiblemente,
una bocanada de sabiduría me inundó el alma
y sacudió todos los cimientos de mi conciencia.
¡El soplo divino que existe en nosotros,
esa llama que tantas veces ultrajamos,
es aquello que llamamos dignidad!
¡Es por ella que merecemos vivir
y morir luchando por nuestra libertad!
Las luces cristalinas del anochecer
se disipaban lentas y discretas,
mientras los colores del alba
lentamente se anunciaban
en los manglares aferrados a la pleamar.
Mis pasos me regresaban
- inquietos -
a mis desafiantes veredas.
¡Llevaba
en los manglares aferrados a la pleamar.
Mis pasos me regresaban
- inquietos -
a mis desafiantes veredas.
¡Llevaba
- en la mochila de la vida -
el pesado fardo de mi renacer!
el pesado fardo de mi renacer!
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