Mirábamos el embriagante atardecer
y el suave movimiento de las olas en pleamar.
Absortos.
Idos.
Y olvidados.
Me dijo, con voz pausada,
la paz que sentía
al ver el cadencioso ritmo del oleaje
morir suavemente en la playa.
Le dije con voz lejana:
son solo moléculas de agua salada
subiendo y bajando empujadas por el viento,
por la rotación de la tierra
y por la atracción gravitacional
de la luna y el sol sobre nuestro planeta...
¡Nunca más la volví a ver...!
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