El aguacero invernal
inundaba de frescura
los corredores solitarios.
Y la redentora humedad
vivificaba todos los rincones
de las casas de piedra.
El tímido sol de la tarde
se reflejaba en el verdor cristalino
de zacatales y cabuyas;
y el murmullo arrullante
de los ancianos pinos
cantaba al son de la indolente brisa,
mientras el rocío caía lentamente
de los helechos y madreselvas.
¡Las mil carreras,
de los helechos y madreselvas.
¡Las mil carreras,
el aroma a lápiz y pizarra,
las miradas virginales
y los griteríos juveniles!
¡Las ilusiones que nacían
con el brotar de los capullos!
y los griteríos juveniles!
¡Las ilusiones que nacían
con el brotar de los capullos!
¡Oh nostalgia!
¿Cuánto tiempo ha pasado
desde la última vez
que disfruté del dulce aroma
de los nísperos en flor?
¿O desde la última vez que mis ojos
se llenaron de la hondura de los tuyos?
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