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domingo, 4 de diciembre de 2011

REFLEXION

¿Habrá acaso una incapacidad natural en nuestra especie para alcanzar equidad, justicia y libertad en sociedad? ¿Somos, en consecuencia, una especie por definición violenta, territorial, egoísta y avariciosa?

La democracia y el liberalismo han llevado, por rutas erróneas, a actitudes voraces, irreverentes y manipuladoras de las sociedades que tanta sangre, sudor y lágrimas les costó construir. Han gestado élites que socavan el supremo ideal de igualdad y libertad y lo han cambiado por una avaricia sin límites y un consumismo enfermizo y subyugante.
Y el socialismo y su estatismo también desembocó en tiranía política, económica, social y militar de una élite sobre una población subyugada. Una élite en total control sobre una sociedad donde disentir se convirtió en sinónimo de morir. Elite que eventualmente lleva a sus pueblos al empobrecimiento generalizado, al asesinato masivo, a destierros, al caos, la miseria, la violencia y a la total supresión de la individualidad. 
Los dos sistemas, aún y cuando en su génesis, concepción y estructura ideológica siguen siendo liberadoras, devinieron en adefesios históricos, deshumanizados, voraces y traidores a sus principios. El uno en la tiranía de élites financieras, bancarias y económicas; y el otro en la tiranía del partido, en el mesianismo, en el culto a la personalidad y en el total irrespeto por el individuo. 
Al final, ambas desembocan prácticamente en lo mismo: en gigantescos fracasos históricos que causan profundas crisis no solo financieras, sino sociales y políticas (aspectos de los cuales usufructúan los muy pocos pero muy poderosos), así como de identidad, de valores y de conciencia. 

Fracasos que dejan ese amargo sabor a estafa, a engaño, a decepción, a desesperanza e ira en aquellos que esperábamos grandes cumbres de nuestra civilización occidental.

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