He detenido
mi reloj varias veces
para alejarme
de las hojarascas de la rutina.
Para
sentarme y ver las olas del hoy
ir y venir rítmicamente... sin detenerse.
Para dejar
que el viento del hoy
acaricie mi
piel y se enrede en mi cabello.
Para meditar
en acogedor silencio:
no para
descubrirme sino para reencontrarme.
En algún
lugar o recodo de la vida
varias veces dejé olvidada mi conciencia.
Pero, cuando
me di cuenta,
estaba llamándome a gritos desde el espejo.
No voy en periplos
ocasionales
con el fin
de descubrir mi “yo”
- de ese ya
tengo una buena idea de cómo es -
sino en una búsqueda existencial
para redefinir orígenes, valores y mi presente.
¡Esas han sido las grandes odiseas de mi vida:
las reiteradas aventuras y batallas
de enfrentar y derrotar un enemigo
tan peligroso y constante como lo es el ego!
Algunas, lo confieso,
dolorosamente las perdí.
Pero las más las gané
tras largas horas de remordimiento.
¡... Y así pude reencontrarme
- al fin -
con la paz que brota de la reconcilición y el perdón...!