I
Varias veces he detenido mi reloj vital
para alejarme de las calmas de la rutina.
Para sentarme a ver y oler las olas del hoy
en su rítmico ir y venir... libres e indomables.
Para dejar que el viento del atardecer
acaricie mi piel y se enrede en mi cabello.
Y para meditar en acogedor silencio:
¡No para descubrirme, sino para redefinirme!
II
En muchos recodos de mi vida dejé
-algunas veces por frívolo-
olvidadas mi conciencia y dignidad.
Pero, sin darme cuenta,
ambas no dejaban de llamarme
-a gritos-
en sueños o frente al espejo.
III
No soy de ocasionales periplos existenciales
con el fin de descubrir mi “yo”
-de ese ya tengo una buena idea de cómo es-
sino en una búsqueda profunda y vital
para redefinir raíces, orígenes y valores
de mi hoy, de mi presente y de sus ecos en el ayer.
¡Un peregrinaje hacia
la esencia misma de mi ser!
¡Hacia ese persistente ego que,
en no pocas ocaciones,
me ha definido... y derrotado!
IV
¡Esas han sido las grandes odiseas de mi vida:
las reiteradas batallas de enfrentar y derrotar
un enemigo tan incidioso como lo ha sido mi ego!
Muchas, lo confieso,
miserablemente las perdí.
Pero algunas las gané
tras amargas horas y días
de dolor y remordimiento.
V
Pero...con los años aprendí
que ese formidable guerrero es resistente
al encierro, al silencio y al anonimato.
Sigue alli agazapado,
en las trincheras de la soberbia,
a la espera de otra oportunidad.
Y a pesar de mi certeza de que la tendrá,
lentamente he ido construyendo murallas
que me ayuden a combatir sus erotismos.
VI
¡Y es así como he podido disfrutar
-al fin-
de una relativa paz que solo se conquista
en las inocentes miradas de mis amores
y en las llamas de la penitencia y el perdón...!