Sabes…
Son tantas las veces
que he deseado
decirte estas palabras,
que me da hasta pena
el solo escribirlas.
Pero, como penitencia
que libremente me impongo
por los pecados cometidos,
las confieso descaradamente
para arancármelas del alma.
Y, con una sonrisa,
aceptar someterme a tu juicio
- y merecida condena -
por mi confesa culpa:
¡AMO TU
INSENSATA OSADIA
DE AMARME!