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lunes, 4 de enero de 2021

ALMA EN TIEMPO DE PANDEMIA

 

I
 
Una tenue llovizna,
lenta y despreocupada,
cae sobre la perenne
quietud de la laguna.
 
Los caminos se han vestido
de un verde húmedo y encendido,
mientras una frívola 
neblina invernal se abraza
- a lo lejos -
a los espigados cipreses
y aromáticos pinos que pululan
en estas frías montañas del Zurquí.
 
Este es un momento propicio
antes que se rompan los cristales 
- y lleguen las lejanías, los crepúsculos
y los fuegos que incendian la noche 
que anuncia la llegada de un nuevo año -
para el recogimiento, la oración
y para anhelar días y horas mejores.
 
 
II
 
 
¡Hoy… mi alma sufre!
 
 
Por el dolor que ha dejado
esta aciaga desventura
de soledad y aislamiento.
Una soledad lacerante
que hace de cada quien un extraño;
y un aislamiento insufrible
que hace de cada quien un esclavo
con mirada desconfiada y desnuda.
 
 
¡Sí; siento mi alma quebrada…!
 
 
Por los lagos de lágrimas
que han sido vertidas
en solitarios cementerios,
atiborrados hospitales
y fríos refugios de ancianos.
 
Por los que se han ido
dejando su huella prematura
y a quienes no podemos ignorar
con el mazo del olvido.
 
 
Por la dolorosa condena
de una ausencia ineludible,
por la necesidad de un abrazo,
el calor de una caricia,
la ternura de un beso,
y la mirada inocente 
y expectante de un nieto.
 
 
Por las mesas vacías
presas del hambre y la miseria.
Por los pupitres abandonados
en escuelas y colegios;
y por los candados en ventanas,
puertas y portones
de pulperías, oficinas y empresas
que desbocan la dramática estadística
del desempleo y la pobreza.
 
 
Por el calvario de un planeta
que nos ha sumido en sus recelos, rencores,
culpas, mentiras, egoísmos y fanatismos. 
Enclaustrados en reducidos espacios vitales,
víctimas de la tiranía de una intimidad prolongada
que genera violencia, rechazo y resentimiento.


¡Una supresión furibunda de la libertad, 
de la identidad cultural y social 
que nos une y que - a muchos - 
nos ha lanzado a la resignación, la depresión, 
la ira, las dudas y hasta la muerte!
 
 
III
 
 
¡Pero… 
hoy mi alma apesunbrada
también espera y sueña!
 
 
Con el advenimiento
de los tiempos mejores,
cuando las horas del día
sean libres y sean nuestras.
Con mañanas soleadas
llenas de la algarabía
de nuestra juventud
camino a las aulas
de sus escuelas y colegios.
 
 
Con nuestros pies desnudos
acariciando las arenas
de playas, playones y riberas.
Con el firmamento pleno de luna
en conjunción y danza planetaria
avisando el resurgir de nuevos ciclos;
y de nuestra redención escrita
en los colores y horizontes del arco iris.
 
 
Cuando los parques
se llenen de novios y amantes,
de parejas tomadas de la mano
y de adultos despreocupados
que nos contagien,
no con sus suspiros y lamentos,
sino con sus risas y anécdotas.
 
 
Cuando podamos mirarnos a los ojos
sin ocultar una sonrisa 
detrás de una mascarilla, una cortina 
o una muralla;
y cuando celebremos eufóricos
las delicias del amor, la cocina y la vida.
 
 
Cuando resurjamos de esta pesadilla
con la convicción de lo valiosas que han sido
las experiencias vividas, las carestías sufridas,
las pérdidas irreparables, las lágrimas derramadas,
las tristezas ahogadas, las voces silenciadas
y las virtudes y resiliencia que nos han acompañado
- empoderadas ante las feroces pruebas-
durante esta larga e ignominiosa tragedia.
 
 
Cuando este hogar nuestro
- que no abandona su periplo cósmico -
se llene del calor de su gente,
de la pureza de sus cielos y mares
y del perdón que tanto nos urge.
 
 
Y que – por fin – entendamos
que somos amalgama sublime
de razón, espíritu y carne;
ansiosos de ser y trascender,
sometidos al imperativo natural 
de dar sentido y valor 
-en libertad - a nuestra existencia.
 
 
¡Necesitados de las redentoras llamas
de la fe, el amor y la esperanza!
 
 
IV
 
 
Desde este balcón vetusto y austero
miro las lejanías iluminadas y silenciosas.
 
 
Es este tiempo lento de la pandemia
que encerró a todo nuestro planeta
en cuarentenas de miedo y soberbia;
liberando todas las serpientes que anidan
en las cuevas del poder, el drama y el engaño.
 
 
Y, sobre todo,
atestiguar el innegable hecho
de que hemos sido probados 
hasta nuestras raíces;
y se nos ha demostrado esa fragilidad
que disimulamos con nuestra prepotencia.
 
Pero también...

Hemos atestiguado nuestra inventiva y genio,
y nuestra humana disposición y capacidad
para alcanzar las más encumbradas cimas
del sacrificio, la empatía y el heroísmo
que son inherentes a nuestra indomable naturaleza.
 
 
V
 
 
¡Hoy, y todos estos días aciagos,
mi alma ha sufrido y se ha quebrado,
pero también ha esperado y soñado
con esa luz que - tímida e intermitente - 
se empieza a vislumbrar al final del túnel!
 
 
Hoy...
humilde y sincero
- pero expectante y pleno de esperanza -
lo confieso: 
 
¡También celebro la vida...!




Mario I. Franceschi
San Rafael de Heredia
Costa Rica
31 de Diciembre del 2020.